Costoya había llegado a Buenos Aires con sus padres desde su España natal en 1896. Al tiempo, en la azotea de la casa familiar, en Defensa y Cochabamba, San Telmo, instaló un palomar. La decisión no fue del todo simpática en su casa; de hecho, muchos de los pichones terminaron cocinados a la cacerola.
Disconforme con su familia, Benito abandonó el hogar y acampó entonces en la zona portuaria. Hombreó bolsas para ganarse el pan, logró levantar una casilla de latón y volvió entonces a criar palomas. Empezó con veinte; luego cien; luego quinientas… En 1926 tenía cuatro mil ejemplares, que manejaba con un silbato. Según el sonido que emitía, las aves bajaban a comer o lo seguían.
Compartí buenas noticias
- Click to share on WhatsApp (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para imprimir (Se abre en una ventana nueva)
- Click to email a link to a friend (Se abre en una ventana nueva)
- Click to share on Skype (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para compartir en Pocket (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para compartir en Pinterest (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para compartir en LinkedIn (Se abre en una ventana nueva)
- Hacé click para compartir en Tumblr (Se abre en una ventana nueva)